Una bandera ondea en la ventana del edificio contiguo, dos colores complementarios que unifican y a su vez excluyen. He venido lejos a verme en un espejo fragmentado. Al cruzar la frontera el guardia me preguntó cuánto tiempo pensaba quedarme y si era la primera vez, después me preguntó qué haría y terminó diciendo que su compañero, el que estaba sellando pasaportes a su lado también era escritor. Me dejó cruzar mientras al chico negro que pasó antes de mí le pasaron a un control de su equipaje. Mi viaje a Barcelona ha sido cancelado, la ciudad se paraliza por un «Tsunami democrático». El proceso por el que han estado condenado a 13 años de prisión a los promotores del referéndum ha motivado a una parte de los independentistas catalanes a salir a las calles.

Encuentro a una escritora en Madrid. Trabaja en múltiples actividades mientras desenmaraña su obra literaria. Necesitamos dejar descansar a nuestros muertos y la única forma es escribir sobre ellos. Le presento un texto con el que lloré  y con el que sentí que por fin después de tres décadas siento que he cumplido con la idea de devolver la dignidad al nombre y a la historia de mi madre. Le enseño también uno que trabajamos en clases sobre su documental acerca del asesinato de su padre. Ella es Erika Antequera Guzmán y anda también en la tarea narrativa de dejar descansar al «héroe» y a través de la escritura rendir un homenaje al hombre, al padre y al amigo.

Hace unos días me convocaron a una reunión de la Comisión de la Verdad y el esclarecimiento para aportar desde mi experiencia a una narrativa colectiva sobre el exilio de colombianos.

Estábamos sentados en forma circular. Las voces de los testimonios de los retornados frente a la comisión me azotaron el alma. Iban emergentes y afloraron los análisis y diversas reflexiones acerca de la experiencia de desprenderse de un territorio que está ligada a una lucha por la transformación de la sociedad y del entorno. Un lazo invisibilizado que les, o nos, mostró un camino que recorrer, buscando solidaridad, para detener el impacto de la guerra.

Darle fuerza al testimonio, describir la huida. Sentir bajo la piel el frío de las fronteras y el invierno de los exilios. Reconstruir la identidad más allá de los estigmas y los estereotipos, construir puentes comunicativos. Explicar el horror y la tragedia en donde vencieron los mercaderes de la muerte. En el exilio dice un sobreviviente: «se vive físicamente pero se va muriendo el alma». Otra voz afirma «lo importante es estar vivos y libres». En todos los relatos hay una constante, después de quebrarse el alma con el destierro hay un resurgimiento. Otra voz complementa, «sí, el exilio es muy duro pero hay algo que es aún más duro y es el retorno, llegar y no encontrar lo que uno había dejado con tanta esperanza» .

Finalmente muchos quedamos desterrados para siempre y aunque retornemos nos ven como extraños, extranjeros, porque ese tiempo en el que vivimos fuera nos perdimos una parte de la historia y de las dinámicas sociales que nos lo hacen evidente y tristemente ya no somos ni de aquí ni de allí como dice la canción o como lo expresa el escritor Fernando Vallejo en el documental la Desazón Suprema, por más lejos que se vayan los colombianos, Colombia los va a perseguir hasta la muerte. Y aquí en este nuevo viaje voy con ese pasaporte cruzando fronteras y como el péndulo, regreso sin marcharme y me me marcho sin irme, porque en mis versos, en mi poesía y en mis relatos traigo una marca indeleble, la de mis ancestros que migraron a Colombia huyendo de las guerras en Alemania y la de mi madre que con su historia me indicó un camino incierto pero cargado de dignidad, el de la palabra.