él y ella, nosotros, hicimos una cita, un pacto, nos dimos un abrazo y nos sentamos a fumar un porro.

Abrió la cajita musical y dio vuelta a la manija, en la habitación contigua sonaba una canción y se conectaba como un murmullo bajo la puerta metálica en un viaje de licor y hierba. Tenía una cita con E desde varios años atrás que no tenía fecha definida. M lograba de alguna manera mantener el contacto para no perderse de vista, como se pierden incluso quienes han compartido un hogar durante extenso tiempo. En ellos no había un trato sino un pacto. Por ello, envueltos entre letras, diarios, poemas, anécdotas y amores furtivos sabían que había que trascender. Si tienen pies debían echarse a andar, no eran árboles al borde de un camino a quienes la vida les pasa por el frente.

Los dos habían decido vivir, con las consecuencias que esto tuviera. Durara lo que durara, en el acto de la vida no había que perder el tiempo en nimiedades. Todas las vanidades junto a la sencillez, se sabían bellos y conquistadores y disfrutaban de sus imperfecciones, de sus defectos que eran objeto de su propio humor y que servían de tema en las conversaciones acaloradas con amigos y colegas. Tenían la educación básica para dialogar con cualquier maleante de esquina y la formación técnica para desenvolverse en diversos oficios y una gran capacidad para las relaciones sociales. También eran poseedores una cualidad que sus invitados o anfitriones sabían de disfrutar, bailar hasta morir de felicidad junto a algún cuerpo y al mismo tiempo lograr llegar al gozo de su soledad frente a un cuaderno, o un libro, una botella de licor o un cigarro de dulce hierba.

Había caído la noche, en la terraza de la casa salieron a fumar otra vez. La muerte del padre de M, que era el abuelo de E los había convocado a la casa familiar. Después de varios años en los que cada uno había decidido alejarse de ese lugar buscando una mejor suerte. Tras la muerte de la hermana mayor de M, que era la madre de E.

A M lo buscaban las Autoridades por haberse metido en una majestuosa cena a envenenar a la cúpula de maleantes más bárbara de la ciudad en su propio club. A E lo buscaban por haber planeado el asalto a una institución monetaria que se concretó con éxito en un acto impecable de 10 minutos y sin que nadie saliera lastimado y ni se hubiesen percatado del espectacular asalto, hasta que varias semanas después hicieron contraloría y una supervisión de los depósitos en las bodegas en las que se suponía estaban los valores. Con una sonrisa entró por el lugar y con gran confianza sonrió a los empleados, entregó una suma de dinero y recibió diferentes tarjetas y cheques viajeros. Su sonrisa brillaba aún más que cuando entró al lugar.

Los dos, M y E habían conversado tras la Muerte de la mujer que en lazos de sangre les unía y en cuyo nombre habían jurado vengarse, que encontrarían a los autores materiales e intelectuales de su muerte y sin disparar una solo bala, les enseñarían a todos los miembros de esa organización delincuencial un gran ejemplo de lo que sufrirían lentamente por el daño que les habían causado a los miembros de su familia por haberse atrevido a violentar a N y de paso revindicarían su propia dignidad.

El dinero de la acción fue “extraído y recuperado” como ellos lo definían, de fiestas en las que se divertían con polvos mágicos y otros alucinógenos los hijos de los maleantes, en fiestas con dj famosos y en cenas pomposas que culminaban empatando con licor y sexo en los rincones y en las habitaciones dispuestas como reservados. Se habían ganado la confianza de los escoltas y de la seguridad de las hijas al contarles en susurros en la puerta al entregarlas aparentemente intactas a sus “protectores”.

De esa manera consiguieron nombres, direcciones, referencias. Durante años lograron tener infiltrados a dos Barman en el club. Ellos eran los oídos frente a la barra de bebidas, nunca les explicaron porque les habían conseguido este trabajo a los dos hombres a los que les gustaba el dinero y eran capaces de alquilarse por un botín considerable para el oficio que fuera necesario. M llegó por recomendaciones personales y solicitudes de algún joven que pronto sería ministro a ser jefe de alimentos y bebidas del Club. Al joven le gustaban los cuerpos musculosos y las relaciones cortas, tan cortas como los encuentros casuales que se pueden dar en los baños, en los salones de clase, o los atardeceres de la ciudad. Al futuro ministro le tenían un compromiso a la vista y un futuro asegurado, por eso se podía permitir esos pequeños favores del club de maleantes. A cambio recibiría esos detalles por parte de M quien le ayudaba a concertar esos encuentros que además e iban con diversas dosis de alucinógenos y múltiples dosis, que el candidato a ministro se gastaba en reuniones con su prometida y los otros futuros ministros y cancilleres, embajadores y la élite política de la ciudad y el país. El postulante a ministro era el puente entre la mafia y la clase política.

M iba tomando nota de los alimentos que durante un año seguido eran rechazados en las celebraciones de la mafia, les puso el nombre de ”alergias” y hacía anotaciones en sus diarios personales y en sus cuadernos de recetas. E con el dinero de las fiestas logró hacerse al reconocimiento necesario para que los del gobierno le convocaran organizar la celebración del día de la Raza como le decían los viejos padres de los futuros ministros que eran los mismos dueños de la institución monetaria que fue asaltada por E.  Contra esa rosca había luchado N. la Madre de E y hermana de M y por eso la habían raptado y asesinado. Tras la muerte de A debían regresar y no podían ya escapar a su fusilamiento. Sabían que esa noche, en la antigua casa serían emboscados. Y ahí estaban rodeados. Oliendo a miedo. Que no es dulce como la hierba. Ni ardiente como el licor.