Poemario Antonio Erik Arellana Bautista

 

Nombrar lo Innombrable

 

Por Paco Gómez Nadal

 

Cuando todo se acabe quedarán tal vez

estas algas

sobrevivirán a las marejadas, a los siglos

y a los sueños

Como perdurarán a los poderosos, a los

tercos de corazón

y a los hombres que nos humillan

estos poemas de amor a todas las cosas

Raúl Zurita

 

Empecemos mal. Este prólogo lo escribe un hombre blanco del mundo del privilegio que va a tomar prestados (¿robados?) fragmentos del mítico texto de la poeta feminista negra Audre Lorde –“La poesía no es un lujo”- para tratar de hilvanar un par de ideas sobre este poemario necesario de un hombre mestizo de la Colombia inexistente.

El sancocho puede tener sentido cuando es la resistencia lo que nos convoca, cuando es el hermanamiento profundo lo que liga los ingredientes en esta olla en la que ardemos, en la que vivimos, en la que amamos.

Escribió Lorde que “la poesía no solo se compone de sueños y visiones; es la estructura que sustenta nuestras vidas. Es ella la que pone los cimientos de un futuro diferente, la que tiende un puente desde el miedo a lo que nunca ha existido”. Y aunque Lorde hablaba de la poesía que contienen las mujeres negras, me van a permitir que su definición me aparezca un espejo honesto para Antonio Erik Arellana Bautista. La vida del poeta ha transcurrido entre ráfagas, luchas, performances, exilios, derrotas, algunas pequeñas victorias, amor, disenso, marginalidad, aviones callados, taxis abarrotados de miedo, encuentros furtivos… pero siempre ha sido la poesía la que ha tendido para él los puentes necesarios entre el miedo y la angustia cotidiana y esa realidad que aún no ha existido , o que siempre ha existido pero no es visible.

Erik es la razón por la que todas seguimos vivas. Seguro que él no lo sabe, pero sólo con poetas activistas como él dispuestos a abrirse en canal, a no abandonar la pluma a pesar de las urgencias que impone la muerte, a sostener el amor por encima de la venganza, a sembrar versos donde otros solo diseminan esquirlas metálicas, a defender “la risa y la carcajada” como principal conquista de una vida llena de por-venir… sólo con poetas, personas, activistas (sinónimos, pleonasmo, agotadora repetición del alma encarnada) como Erik la vida mantiene su curso.

Amor entre ráfagas es eso… vida entre esquirlas, vibración poliamorosa en medio de la debacle de un país ya desaparecido hace tiempo, declaración de amor a las otras, a los otros, a punta de versos en los que –vuelvo a parafrasear a Lorde- “nombramos lo que no tiene nombre para convertirlo en objeto del pensamiento”. “Los mas amplios horizontes de nuestras esperanzas y miedos están empedrados con nuestros poemas, labrados en la roca de las experiencias cotidianas”, escribía la autora de El unicornio negro.

En Amor entre ráfagas quien conoce a Erik lo va a identificar porque no esconde sus “experiencias cotidianas”, sus armas, sus fetiches, sus miedos, sus dudas (quien no tienen miedo, quien no duda, no es de confiar). Quien no conozca al poeta va a navegar de manera suave y agitada por el alma de aquellos que necesitan sentir en la palabra para seguir luchando en las calles, van a entender por qué el arte y la creación ha sido una de las trincheras más poderosas de las víctimas de la guerra eterna contra las nadie, contra las que disienten, contra las que sienten sin necesidad de documentos oficiales que así lo acrediten.

“En el apocalipsis mi deseo baila /
aún no soy hombre muerto,
/ aunque me quedé helado
/ en un lugar incierto. / No habrá retorno alguno,
/ voy marchando lento, / danza mi sonrisa
/ es de largo aliento”. Y el poeta sonríe hasta en las más duras. Quien ha crecido en el apocalipsis aprende que la lucha no puede hacerse desde la negación de la vida, o desde el nihilismo. Erik ha crecido en el apocalipsis, tratando de respirar a pesar de estar atrapado en la “boa constrictor de la guerra” [1]. No por haber nacido en Colombia, sino por haber sido engendrado desde la resistencia y el terco empeño de no aceptar que el sistema es inmutable. No hay retorno, poeta, no hay retorno para el que ha hecho de la resistencia su forma de vida. Pero el camino es de largo aliento, y contiene momentos gozosos, y el amor de dos pares de ojos cercanos, y el abrazo de decenas de hermanos y hermanas del pueblo que saben reconocer en tus actos-versos-actos “la verdad sepultada en una fosa común” o el ingrediente fundamental de la vida: la digna convicción y la capacidad de subversión [2].

Este nuevo poemario de Antonio Erik Arellana Bautista es un recorrido intenso por los pliegues del corazón abierto de un resistente. Cierta obsesión por los días de la semana se puede sentir en algunas de sus páginas, también una conexión vital brutal con la verdad y con la dignidad de eso que algunos seguimos llamando con respeto “pueblo” y que otros antes denominaban “masa” y, ahora, solo “mercado” (ya saben, quien dice mercado podría murmurar despojo, superfluo, fútil, prescindible… o yo que sé).

Pero el poeta, obsesionado, sí, con el paso de los días y sus hambrunas, también nos recuerda que “bajo los aviones cazadores y los helicópteros… aún laten corazones”. El suyo, escribe, y late, y se toma las calles, y entrelaza a otros corazones imposibles, y ama, y escribe. Y resiste, resiste al “progreso” prometido por los rudos conquistadores, a la “técnica” promovida por los burócratas, a la “ley” dictada por los hombres grises del poder escondidos tras los chalecos de los mercenarios armados que sustentan el negocio infinito de la desposesión, al “paso acelerado, a la fogosidad americana, al demonio de la fortuna que empuja a la ciudadanía silente hacia delante sin piedad no descanso”, parafraseando a Julio Verne [3].

Este poemario es un desnudo sin pudor. Así son los poquísimos que comienzan con una especie de biografía poética que, en este caso, Antonio Erik bautiza como “Currículum Vitae”. Pero también es un libelo que nos anima a seguir en las luchas imprescindibles para sostener la vida: “Poetarios del mundo uníos,
no dejéis que las cifras y los informes
las intervenciones de la banca y de las mafias Gobiernen vuestro lunes a viernes”.

Verne habría estado de acuerdo.

También Lorde. Ella nos recordó que “los padres blancos nos dijeron ‘Pienso, luego existo’. La madre negra que todas llevamos dentro, la poeta, nos susurra en nuestros sueños: ‘Siento, luego puedo ser libre’. La poesía acuña el lenguaje con el que expresar e impulsar esta exigencia revolucionaria, la puesta en practica de la libertad”.

Amor entre ráfagas no deja de ser un acto de libertad de alguien que nunca ha rehuido la exigencia revolucionaria, ni si quiera en los momentos más duros, más descorazonadores (un corazón tan grande como el de este poeta no permite el abandono de la esencia).

Erik sueña “martes sin guerras” y nosotros necesitamos que esos martes en los que la metralla sigue atravesando nuestras esperanzas, el poeta siga escribiendo para recordarnos que en el silencio inducido de nuestro tiempo la voz digna grita y protege, invoca y revuelve. Que el amor no cese, que las ráfagas se congelen en el hielo de su miseria.

“hoy
tu luz brilla muy fuertemente
pero quiero
que sepas
que tu oscuridad es también
rica
y trasciende el miedo”.

Audre Lorde

[1] Así denominaba en 2008, poco antes de morir, Orlando Fals Borda al castigo al que han tenido que resistir “dos generaciones de colombianos”. Lo hacía en un esperanzado epílogo a su monumental obra La subversión en Colombia. Hoy tendría una depresión.

[2] Otra vez, Fals Borda definía la subversión como “aquella condición que refleja las incongruencias internas de un orden social descubiertas por miembros de éste en un período histórico determinado, a la luz de nuevas metas valoradas que una sociedad quiera alcanzar”. Erik es de los que las descubren.

[3] Alteración impertinente de unas líneas de la novela casi imposible de leer París en el Siglo XX, la distopía maquinista del Julio Verne político que nunca quisieron editar. Tal y como le escribió el editor P.J. Hetzel al joven Verne: “Aunque fuera usted profeta, nadie querría leer su profecía”.